lunes, 2 de junio de 2025

POEMA A CARRIÓN DE LOS CÉSPEDES

 



CARRIÓN DE LOS CÉSPEDES: UN PASEO POR SU HISTORIA

Hola, me llamo Carrión, tierra viva y orgullosa,

mi nombre ha cambiado con el viento y la historia.

Desde antaño, mis campos han sido testigos

de culturas, de pueblos, de sueños antiguos.

 

Entre Aljarafe y Tejada me hallo situada,

de Escacena y Huévar fui hermana estimada.

Desde tiempos remotos mi suelo fue hogar

de gentes que vinieron buscando sembrar.

 

Mis tierras, regadas por dulces arroyos,

eran fértiles, plenas, con verdes retoños.

Cuando el mar llegaba hasta casi Sevilla,

la vida brotaba en cada semilla.

 

En Chichina dormían bajo tierra en cistas,

con collares de plata y vasijas listas.

Frente a mí, Tartessos dejó su leyenda,

de Argantonio y Hércules aún queda la senda.

 

Los fenicios trajeron el olivo bendito,

los griegos y cartagineses, el rito.

Mi riqueza en minas y en fértiles valles

atrajo culturas de mares y valles.

 

En Tejada la Vieja, murallas testigo

de un pueblo turdetano de rostro altivo.

Y llegó Roma, con nombre y leyenda,

llamando Betis al río que me riega.

 

Ituci nació con acueducto grandioso,

trayendo a Itálica el agua del pozo.

Y tras Roma, los pueblos del Sur y del Este,

dejaron su huella, su lengua, su veste.

 

Los musulmanes trajeron a Țalyãța,

murallas, alminares y ciencia heredada.

Después vinieron los cristianos del Norte

con guerra, con sangre y su nueva corte.

 

Fernando III, Alfonso el Sabio,

me dieron un nombre, me abrieron camino.

Fui Carrión de Calatrava, noble en honor,

tierras de ajos, de trigo, de esplendor.

 

Felipe II me vendió con derecho

a los Céspedes, linaje viejo.

Desde entonces, mi nombre quedó sellado:

Carrión de los Céspedes, así soy llamado.

 

Mis campos, de olivares y trigo dorado,

molinos antiguos mi rostro han pintado.

Mi historia en los templos quedó reflejada,

testigos del tiempo, memoria callada.

 

Don Joaquín Galeano, hijo del ultramar,

trajo fortuna y me hizo brillar.

En el XIX crecí sin medida,

mi gente luchó por tener digna vida.

 

Con electricidad, teléfono y tren,

la modernidad entró con su vaivén.

Pero la guerra trajo sombra y dolor,

la emigración se llevó mi color.

 

Aunque dolió, nunca perdí la esperanza,

y en democracia tomé la bonanza.

La autopista trajo industria y futuro,

el pueblo creció, firme y seguro.

 

Hoy me adornan mantones bordados,

y la música suena en mis días dorados.

Mi banda resuena con noble emoción,

pues late en mi pecho fuerte el corazón.

 

Carrión soy, de historia tejida en estrella,

cada piedra, un recuerdo, cada calle, una huella.

Y mientras respiro el aire del presente,

mi canto es tributo al pueblo valiente.

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